Siempre suena Rondo in C minor, Op.1 de Chopin.
Me despierto y ya no está. Noto la cabeza en pleno brain-storm, pero el cuerpo está muerto. El subconsciente busca aquello que le falta: el amor. ¿El cariño? Un beso, un abrazo, un pequeño reconocimiento. El contacto. Un ser humano a tu lado al despertar. Un proyecto común, un fin al que tender together.
Me gustan los extremos, todo o nada. Blanco o negro. Sin embargo, el mundo no funciona a base de extremos. La existencia gris, en escala infinita. La diversidad de tonalidades que esculpen el ser. Y yo que quiero ser eterno, universal, infalible. No entiendo el por qué de este espíritu que me gobierna, que no quiere entender el flujo del río. La búsqueda incansable de la cima. El pesimismo eterno de la inquietud. La tristeza del alma que quiere más, porque quiere ser eterna. Porque no haya fin más que el fín en sí misma, en su eternidad que intenta manifestarse en todo enviroment.
Y luego está lo otro, sí, esa otra pregunta, de naturaleza prática, que busca saber cuán intervención tiene el individuo de sí mismo. Esa pregunta que se cuestiona acerca e la voluntad. ¿Qué puedo decidir? ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo ser?…al final desemboca en una pregunta identitaria…¿Quién soy? …o…¿Qué soy? ¿Soy destino o soy ambiente? ¿Tengo esencia o soy la pura suma de actos? ¿Qué puedo gobernar? Y no cesas en tu búsqueda de gobierno celestial…sin saber dónde está.
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